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  • La Jauría salvaje
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sábado, 30 de enero de 2010

Fragmentos notables

"El caballo sin riendas, sin látigo y sin gritos los llevó en un tiempo prudencial a Szwaby, delante mismo de la puerta e la Taberna de la frontera.

Ebenschütz preguntó inmediatamente por la señora Euphemia. No se sentó: le pareció necesario adoptar una especie de actitud oficial, como si hubiese llegado firmemente decidido a asumir la dirección de la taberna. Una actitud oficial -se dijo-, y se quedó de pie al extremo de la escalera, con el sombrero puesto. Pasó tiempo antes que ella bajara. Al cabo de un largo rato, él oyó en la escalera sus tacones, no levantó la vista, pero creyó ver claramente sus pies, aquellos pies estrechos y largos en los zapatos estrechos y largos. Su vestido de muchos pliegues, de un rojo vinoso, susurraba ya. Sobre los escalones duros y desnudos de madera resonaba su paso duro, firme y regular. Eibenschütz no quería mirarla. Prefería mucho más imaginarse cómo andaba ella y cómo se agitaban los muchos, muchos pliegues delicados de su vestido. La escalera hubiera debido tener muchos más escalones. Ahora ella estaba abajo. Ahora ella estaba delante de él. Eibenschütz se quitó el sombrero.
Sin mirarla en realidad, por encima de su cabeza, pero de forma que percibía demasiado bien los reflejos negroazulados de su cabello, dijo

-¡Tengo que decirle algo importante!
-¡Dígalo entonces!
-No, ¡algo muy importante! ¡Aquí no!
-Entonces vamos afuera -dijo ella, precediéndolo hacia la puerta

La luna estaba grande y apacible sobre el patio.
El perro ladraba incansablemente. El caballo blanco estaba allí atado al portón, y tenía la cabeza baja, como si meditase. Había un perfume embriagadoramente dulce a acacias, y a Eibenschütz le pareció como si todos los olores de aquella noche de primavera vinieran sólo de aquella mujer, como si ella sola pudiera dar a la noche entera perfumes y resplandor y luna y todas las acacias del mundo.

-Hoy estoy aquí en visita oficial- dijo-. Tengo confianza en usted y por eso se lo digo, Euphemia -añadió un momento después-. Ninguno de los acredores debe entra en esta casa. Se me ha encargado administrarla y vigilarla. Si usted quiere, nos llevaremos bien.
-Naturalmente- respondió ella- ¿por qué no vamos a llevarnos estupendamente?

Le pareció a Eibeschütz que la voz de ella, en el plateado azul de la noche, sonaba de distinta forma que en la taberna. Aquella voz era fuerte, clara y suave, como si tuviera arcos y bóvedas, y Eibenschütz creyó que podía ver la voz y casi tocarla. Pronto tuvo la sensación de que se curvase sobre su cabeza y él estuviera directamente bajo ella.
Sólo al cabo de un buen rato de haberse extinguido comprendió lo que la voz le había dicho, se llevarían bien ¿Por qué no?

-Es estrictamente confidencial- dijo él- ¿Comprende?
¿No dirá nada a nadie?
-Nada a nadie- dijo ella tendiéndole la mano, una mano blanca y resplandeciente. Era como si la mano nadara a través de la noche azul plateada.

Él aguardó un momento, mirando largo tiempo aquella mano respalndeciente antes de cogerla. Estaba frí y caliente a un tiempo, y le pareció como si el interior fuera ardiente y el dorso frío. Sostuvo auqella cosa blanca y resplandeciente un largo rato. Cuando la soltó Euphemia se sonrió. En el azul de la noche se vieron claramente sus blancos dientes.
Ella se volvió rápida, y su falda de muchos pliegues susurró, muy suavemente, el vestido tenía su propia vida, era una especie de tienda de campaña mágica. Murmuraba, susurraba."

Roth Joseph. El peso falso (Historia de un inspector de pesos y medidas), Siruela, Madrid, 2003. Pags 76-78. Traducción de Miguel Sáenz

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